miércoles, 6 de octubre de 2010

Adoquines

Nadie lo quiere creer. siempre nos pasa lo mismo. digo, a los que vemos la sutilidad de la diferencia, a los que aún no entendemos las oposiciones binarias. El tìpico ejemplo, es el de los dìas, ese esfuerzo sobrehumano (aunque en este caso el prefijo se contradice, en una de esas contradicciones que suelen reforzar lo que permanece negado) es decir, ese esfuerzo tìpicamente humano de intentar creer no sòlo que hay un dìa, fundamentado muy sanamente por la astronomìa aunque en este caso, como en escasos casos ocurrirà, el sentido comùn ha alcanzado el mismo conocimiento mucho antes que la ciencia. Pongamos por caso lunes, la ciencia y la doxa afirman que hay dìas, pero el ser humano en un movimiento cultural hasta cronològicamente definido (valga el caso), y màs aùn el ser humano moderno, cree que ese lunes es la generalizaciòn cìclica (eterna tambièn, porque un dìa definido por la sucesiòn semanal no tiene posibilidad de detenerse, la idea de semana claramente escapa al tiempo, y asì, aunque la tierra se detenga, la estructura de los dìas seguirà girando, vacìa ya de horas de experiencia), definida de un segmento de tiempo (un dìa) que se repite sistemàticamente, cada siete dìas, como todos los dìas efectivamente lo hacen en el mismo sistema. Lunes que se presenta ante nosotros como particular y concreto, carne misma de la finitud reglada por distintas pràcticas sociales a la vez, finitud plena de experiencia,  es en realidad el eco de una abstracciòn que se extiende al infinito cuya ùnica esencia es un borde vacìo de posibles 24 horas y que en una comunidad capitalista y catòlica se caracteriza por empezar ese marco tenebroso llamado semana. Asì, precioso Lunes te arrancaron de mis manos, y el recuerdo de mis sensaciones en vos, aparecen ya negadas en el mundo, cristalizadas en mi agenda que en nada se asemeja a eso que juntos vivimos. Discurso, experiencia dìa Lunes trataré de llevarte en mi memoria como si en vez de Lunes tu nombre fuera un beso, la sensaciòn del verano en la piel, o el segundo en que termina una melodía y volvemos a los sonidos corrientes. pero dejando de lado nimiedades sin sentido de esas que cubren al mundo de poesía de revista, salgamos del ejemplo y pasemos al tema que nos respecta, que nos mira con ahìnco.

Nadie me quiere creer: Temperley es una ciudad hecha para niños. y cuando digo que està hecha para niños no lo hago en el sentido que se le da actualmente, de minusvalización de la experiencia infantil, de incapacidad racional ni mucho menos. Digo, porque hoy en dìa la madurez se plantea en tèrminos racionales, y la racionalidad como construcción  exige el aprendizaje de ciertas convenciones, regularidades, formalidades que lejos de relacionarse con una maduraciòn detienen, estancan y estratifican toda posibilidad de crecimiento. El crecimiento es un recorrido sin direcciones, un movimiento expulsivo, desde el niño hacia el mundo, que lejos de crear un recorrido acumulado de experiencias es sòlo el movimiento permanente que lo define, que lo realizan en un mundo de sentido.  Por ejemplo, eso que los adultos llamamos imaginación, característica de la franja etárea más colorida, es en realidad movimiento. Si, un movimiento de atribución de significado, simple, sencillo. Movimiento que se detiene cuando ya hay reglas que suplantan el esfuerzo, fórmulas que hacen la cuentita por nosotros, cuentita que también podría ser experiencia, discursiva, matemática, da igual. imaginar es atribuir sentido sin la fórmula que la adultez nos provee.  Pero si tuvieramos que pensar la madurez según la experiencia, es decir no como un cúmulo de experiencias vividas, sino como una medición  intensional de la pluralidad de la experiencia, sin duda el esfuerzo constante del niño le daría una madurez que el adulto con sus fórmulas inhibidoras de experiencia no podría alcanzar en años.Otra vez en la copa del árbol, mejor dejamos atràs detalles menores de este mundo y nos acercarnos al problema real: porquè nadie ve las diferencias particulares las calles de temperley.y aquí hago el esfuerzo del niño, de qué otra forma reconstruir para ustedes aquellas sensaciones que las calles nos ofrecen en la planta del pie, porque hasta donde la adultez me ha alcanzado todavía no he conseguido ninguna convención que me devuelva un término acorde a ese cosquilleo adoquinado debajo de la suela de goma.

nadie quiere creer que los adoquines del barrio inglès estàn hechos de peluche. Bueno, eso no importa, lo que me preocupa es que vean adoquines como lunes, todos igualitos, uno al lado del otro como si fueran el mismo repetido al infinito.Quienes construimos los barrios del sur sabemos el trabajo que implica darle terminación de piedra a un peluche y lograr que mantengan un orden estable. Estos animalitos a simple vista tan tiernos suelen ser bastante tercos, no al modo de la terquedad humana donde el cajero de banco quiere ser rock star y el profesor poeta.Ellos son felices con cumplir el rol de adoquines. No, su terquedad es màs madura, es decir, es movimiento constante. y ellos son movimiento constante, dios sabe que no miento y si no, yo también lo sé. Todas las madrugadas junto con los otros poetas y escritores de Temperley nos distribuimos las calles inglesas y empezamos la tarea. Los adoquines ya reconocen nuestras plantas y siempre nos hacen comentarios amables, a veces demasiado sinceros para los paràmetros de la moda y el consumo, acerca de los calzados nuevos, nos advierten del peligro de los cordones desatados y suelen referir a las caìdas graciosas de algunos transeúntes diurnos. También nos cuentan de los casi accidentes automovilísticos que tanto los alborotan. Por suerte las calles del lugar son muy tranquilas, al menos desde que tengo memoria, no me contaron ningun fallecimiento por un choque inútil, eso los sumergiría en una tristeza tan profunda que sería imposible transitar por el barrio extranjerizado, la tristeza los inunda literalmente, Una muerte injusta significaría transformar Londres en Venecia. Ellos no logran entender la idea de perennitud que tenemos otros seres, jamás se ha visto, al menos en temperley, morir a un adoquín. A la inseguridad están más acostumbrados, tampoco comparten mucho la lógica humana así que los robos y asaltos frecuentes les causan más indignación que miedo. Son seres muy frágiles como conejitos recién nacidos, y todas las noticias del mundo superior los aflige sobremanera. Es por eso que evitamos mantener conversaciones que puedan alejarlos de sus preocupaciones típicas de adoquín. Decidimos no ponerles nombres, alguien alguna vez sugirió llamarlos como los planetas y una vez que se acabaran los nombres de planeta empezar la secuencia de nuevo y reconocerlos según la fila y la columna que ocupara cada uno. Instantáneamente objetamos que eso no era propio de la lógica de los adoquines e iba bastante en contra de la de los poetas así que el pobre señor con iniciativa de ingeniero tuvo que acostumbrarse a la diversidad.
Más que un ser, cada adoquín es una experiencia en carne viva, obviamente cada uno tiene su personalidad, pero si a su constante inquietud le ofrecieramos un lenguaje nominal sería inabordable transitar una calle, su espíritu de debate los haría formar cualquier cosa, una nube, un suspiro, una oreja antes que una calle.  Para nosotros sería una de las mejores cosas que le podría suceder al mundo, pero cuando nos asignaron el trabajo lo único que nos pidieron como condición es "mantener el sentido", ¡con lo que cuesta! Cabeza gacha, censuramos la imaginación y les prohibimos el don de la palabra.
Antes de darles aspecto de piedra tenemos primero que darle instrucciones. Diariamente les recordamos que tienen que acomodarse uno al lado del otro, a la misma altura, con la misma tensión, eso no es difícil, saben hacer su trabajo, y ya están acostumbrados a levantar sus bracitos con fuerza para soportar el peso de los autos.
El problema, como todos los problemas, es claramente emotivo. Su temor natural a los perros callejeros y sus peleas absurdas con los gatos son sólo el despertar. Día a día tenemos que convencerlos de que hagan lo correcto y no se dejen llevar por esas corrientes internas llenas de vida, que ante una emoción muy fuerte, podrían quebrarlos y romperlos en pedacitos. Por suerte todos los adoquines son asexuados, así que nuestra tarea se simplifica casi en su totalidad, para ellos las confusiones amorosas son mucho más sinceras que las nuestras, en eso hasta podrían ayudarnos. Sin embargo el problema mayor es cuando intentan ayudarnos, no a nosotros digo, sino a aquellos adolescentes que juegan al amor en su superficie. Hagan la prueba, robenle un beso a su amado/a sobre los adoquines de temperley, ellos saben medir la intensidad del amor, y según ésta es que actúan.  Se pasan toda la noche debatiendo sobre las categorías del amor, sobre lo imposible, sobre la capacidad humana de echarlo todo a perder, sobre el deseo, sobre la rutina, sobre la ambición. Ellos desconocen todo eso, o lo conocen de otro modo, aún inimaginable para mí.
No crean que enloquecí, debaten en el lenguaje de los adoquines, debaten de la mejor manera que se puede debatir, sin palabras. Lenguaje que aùn manejo muy poco, es decir, cuando están halagándome por el calzado lo siento como un dulce cosquilleo en las zapatillas, si no les gusta al ratito me duelen los pies. Suelen entender lo que pensamos, lo que sentimos, pero no captan una gota de ninguna gramàtica.Las instrucciones yo las pienso como escenas de cine o escenas que viví, así cuando les digo que no teman a los perros recuerdo la sensación de estar acariciando a Afrodita cuando aún era cachorrita. Ojalà entre humanos pudieramos tener este tipo de comunicación netamente experiencial. Pueden sentir  las cosas que tan sólo  imagino, por suerte eso nos ahorra muchísimas horas de trabajo semiológico.
El amor es para ellos la experiencia por excelencia. Es por eso que cuando dos personas se aman pisàndoles la cabeza es cuando deciden reaccionar. Yo aún no tuve la oportunidad de comprobarlo pero sé que en un acto de protesta hacia la estructuralidad vacua que tienen que vivir, se rebelan, se quejan, reclaman lo mismo para sí. Allí donde el amor se ha entregado sobre ellos, allí, forman un pozo.
Todas las mañanas les explicamos que el amor los podría quebrar, y en una mentira que se nos debe notar a los amantes de la poesía, les decimos que el amor no es gran cosa, que no lo ejercemos, que nos aburre, que es tensión disfrazada de felicidad.
Y con una sonrisa cómplice de besos nocturnos que se ven en el piso terminamos nuestro trabajo. A esa hora, cuando ya se empieza a ver el peluche de sus cabecitas y las calles parecen un colchón de lana gris lleno de pocitos,les pasamos el cepillo en contramano y luego el aerosol que los cubre con esa película imitación piedra, casi indistinguible al ojo humano.
Y nosotros, los trabajadores de la ficción, amanecemos con la alegría y la seguridad de que el amor además de ser incompatible con los autos. existe, al menos en algunas calles de temperley.   

viernes, 1 de octubre de 2010

en Bicicleta

M Fernández al mil. 34°39'Latitud sur,58°23 longitud oeste. a 11 cuadras del nacimiento de la calle si es que nace por parto normal y no sufre alteraciones de la edad en la numeración. el extremo oeste del barrio de temperley. un espacio común para el estándar del conurbano, casas bajas sin pintura, mucho pasto, algunos árboles, bastante tierra, mate en la vereda y autos a 10 km por hora.Transportes "el milagro". Ocurrió una tarde, una hora antes de la hora en que ese día se puso el sol. acordemos aquí entre nosotros dos, las seis y cuarto de la tarde, dieciocho y dieciséis dirían los relojes modernos, los más exactos, por ende los más mentirosos, y tres segundos. ese día el sol no había salido, no en temperley, que estuvo cubierto de nubes casi toda la tarde. no es que nos hayamos levantado con una neblina espesa de esas que no dejan a uno distinguir el humito que se forma con el aire frío al respirar las mañanas de invierno en las que no debería estar permitido salir del horizonte del acolchado hasta las nueve de la mañana y ocasionalmente las diez, del aire común, de modo que nos damos cuenta que el aire común está lleno de eso que llaman neblina, visibilidad 10 km. no es que mi capacidad creativa se reduzca a 10 km, pero evidentemente ser realistas en nuestra ficcionalidad diaria implica tener algunas nociones básicas de kilometrajes, eso y que el informe metereológico evidentemente no está hecho para peatones porque sería mucho más fácil decir visibilidad: una cuadra o casa del vecino, y los dos meteorólogos egresados anualmente en el país no tendrían que pasar seis años de su vida aprendiendo a manejar maquinaria para la precisión.Pero visto y considerando que la felicidad obsesiva de dos personas al año valen más que la complicación burocrática de replantear las ciudades hechas para conductores y crear una ciudad peatonal, de esas que inclurían carteles diciendo "velocidad máxima una cuadra cada 40 segundos" y "prohibido circular en bicicleta por la vereda". carteles que podrían incluir epígrafes extensos ya que el peatón dispone de bastante más atención que los conductores, los verdaderos destinatarios de todo cartel actual. Epígrafes que podrían contar cuentos o noticias de esas que parecen telegramas digitales que ofrecen subtes y algunos colectivos cuando recuerdan que dentro del espacio de los conductores a veces hay peatones viajando. Pero a la hora del atardecer el sol se dejó ver entre las nubes y un rato antes la resolana me había traído los anteojos de sol a las sien. 
Ahí, delante de los anteojos, arriba de la bici, cruzando la esquina oeste de m fernandez al mil ocurrió lo inesperado, aunque lo inesperado suele ser todo. en un principio tuve que acomodar mis esperanzas semiológicas para poder creer lo que se presentaba ante mis anteojos espejados, saber si realmente coincidía con lo que estaba viendo, por lo que en un movimiento parcialmente inconsciente bajé la pera hasta el pecho y posé la mirada por encima del marco anteojado.
Efectivamente era cierto, plantado en la segunda esquina izquierda, si uno va caminando de frente al este, y si fuera en la dirección opuesta, en la primer esquina de la derecha. Ahí estaba, imponente, eterno, cortando en mil la mediocridad del cielo, riéndose de la simpleza del cemento, del hastío de los vecinos, riendose de mí.

allí, perdido en un barrio común del conurbano, el pino más perfecto del mundo.no lo quise creer.sobre ruedas. no lo creí.